21 de febrero de 2011

Lulla Belle



Zac va del living al dormitorio silbando la misma melodía que no ha podido sacarse de la cabeza en toda la tarde y que no calza con la canción que intenta escribir.
Su ropa limpia está sobre la cama, doblada y planchada. Belle está sentada en el borde y lo mira detenidamente en cuanto entra a la habitación. Zac la ignora, saca una polera cualquiera de la pila y se la cambia. Toma las llaves del auto un bolsillo del jeans sucio que dejó anoche en el suelo de la pieza y sale.
El aire está tibio y el sol le quema el brazo izquierdo mientras maneja con el vidrio a bajo a 70 por la avenida que lleva a la playa. Tararea la melodía que no deja de darle vueltas y golpea la puerta del auto rítmicamente. Acelera un poco más y respira profundamente, haciendo el más grande esfuerzo por mantener la cabeza en blanco y encontrar el final de la canción que le quedó pendiente.
Dentro del auto hay un silencio tenso, casi incómodo. Los ojos de Zac están fijos en la luz roja del semáforo. La radio está apagada. Sus labios están cerrado, sus manos quietas sobre el volante. Embriaga, pone primera, acelera un poco. La luz cambia a verde. Pero aun no hay una continuación de la melodía.
Si fuese tan fácil como manejar. Si bastara con poner el cerebro en drive y dejar que las notas y los silencios se unan solos.
El humo del cigarrillo baila entre sus dedos mientras que un lápiz se mueve ágil sobre el papel. El sol le sigue molestando -ahora en los ojos- y todavía no termina la canción inconclusa. Pero logró ponerle letra a la melodía que lo ha perseguido desde que despertó. Mira el mar frente a el frunciendo el ceño y murmura la última frase que escribió. Apaga la colilla y relee la página llena de rayones. Una vez. Dos veces. Tres veces. Borra la segunda línea del primer verso y escribe otra rápidamente, para no dejar ir las palabras que revuelve y mezcla en su cabeza. Vuelve a leer y a tararear a media voz.
Desengancha el auto, pone reversa y prende otro cigarro.
La gata sobre el cubre pasillo en forma de gato observa a Zac sentado con su guitarra en el suelo. Está descalzo al lado de la terraza, sigue fumando, hace un par de acordes, anota. Está solo en casa. No se da cuenta de que han pasado quince horas desde que despertó con esa melodía inconexa en mente. Tampoco se da cuenta de que paso el día y no llamó a su mamá para preguntar como llegó su hermana menor de su primer campamento. Prende el último cigarro de la cajetilla y rasguea sin ánimo su guitarra. La gata sigue observándolo, ahora sentada frente a él, afirmada en sus patas delanteras lista para saltar. Los dos se miran unos segundos. Zac suspira. Belle maúlla bajito y se acerca a él sigilosamente, primero a penas rozándole las piernas, luego sube hasta su hombro. Y vuelve a maullar.
- No eres un loro- otra vez- Necesito seguir trabajando- otra vez. Zac deja la guitarra a un lado y se pone de pie con un esfuerzo por mantener la espalda recta y sintiendo las garras de la gata en su piel.
- Belle, bájate- pero ella hace caso omiso a la orden y se acomoda entre su cuello- Tu dueña te tiene malcriada- Belle no dice nada- A mi también- añade luego de una breve pausa camino a la cocina. La gata salta del hombro de Zac y camina rápidamente a un rincón donde están sus platos vacios. Se sienta junto a ellos y maúlla. Zac la mira y levanta una ceja.
- Lo único que te falta es la servilleta alrededor del cuello y sostener un tenedor y un cuchillo.

Según el reloj de la mesa de luz son 10 para las tres de la mañana. Los dedos de Zac pasan suavemente por las teclas del piano mientras termina de corregir la partitura frente a él. Sobre el piano Belle duerme hace horas con la cola colgando de un costado como si la música no sonora en toda la habitación. Zac murmura la letra de la canción que recién terminó de escribir y se muerde los labios. Frota sus pies uno contra el otro y suspira complacido de su trabajo. Escucha el auto entrando al garaje y mira el reloj. ¿Cómo fue que se le pasó todo el día?
Camina a la cocina y abre la puerta de da a la entrada de vehículos. Ella está sacando su cartera y el bolso del laptop mientras bosteza. Belle camina entre las piernas de Zac y salta al asiento del auto para oler todo compulsivamente.
- Yo también te extrañé- Belle se sube a su cuello y ella camina hacia Zac. La abraza, la besa y le quita los bolsos que trae
- ¿Cómo te portaste en mi ausencia?
- ¿Le preguntas al gato o a mi?- ella lo mira tras las ojeras con una sonrisa
- A la gata
- Fue una malcriada, comió como cerda y durmió todo el día
- Eso hacen los gatos
- Yo también
- ¿Dormiste con el gato?
- No, jamás- ella sonríe, cierra la puerta y sube directo a su dormitorio. Se saca los zapatos, la chaqueta y se tira a la cama- Escribí una canción- Zac murmura recostándose a su lado. Pero ya está solo en la habitación. Ella ya se quedó dormida. Le saca la ropa y la mete debajo del cobertor. Belle los mira desde la puerta curiosa y salta a la cama. Los dos se miran y ella maúlla bajito otra vez.
- Sólo por hoy- Zac le dice y le levanta el cobertor para que se esconda junto a su dueña y duerma a su espalda, donde más le gusta.

Twitpic


“Me quedé sola el finde” twitteo y me desocupo de mi único quehacer. Hace mucho que no tenia la casa sólo para mi y la verdad es que no se me ocurre que hacer. Podría simplemente no hacer nada. O bailar sin ropa encima del sillón, o comerme una caja completa de cereal sin leche. Podría darme un baño de tina con burbujas y sales de baño. Hay muchas opciones, pero tengo la sensación de que me voy a quedar horizontal en este sillón hasta hacerme zanahoria. O lechuga. O zapallo. O cualquier otro vegetal.
Anoche estabas tan emocionado por salir de viaje con tus hermanos por el fin de semana. Me daba risa verte hacer la maleta con dos mudas de calzoncillos y seis de poleras. Como sé cuanta ropa ensucias en un fin de semana ni siquiera te lo comenté. No preguntaste que haría los dos días sola. Prefiero pensar que es porque lo sabes y no porque no te interesa. Cualquiera sea la opción no estarás aquí para enojarte ni mirarme feo.
Cambio de canales compulsivamente y juego con el piercing en mi ombligo. Supongo que esto es divertido. La gata me mira desde la alfombra y salta sobre mi para pelear con mis dedos, como ya es usual. Dejo que me muerda un rato y veo un trozo de Sweet November en el HBO. No, no, no, mala idea, cambia de canal ahora. Si no está Zac no voy a ponerme en plan de ver nada emocional. Seamos honestos, si él no me contiene puedo irme al carajo en dos segundos. Dos días.
Actualizo Twister y mi gata salta del sillón directo a la cocina. Son las cuatro, Zac ya debe haber embarcado. Tengo una notificación que dice que subió una fotografía en twitpic, la abro y lo veo sonriendo junto a uno de sus hermanos. “Pobres azafatas” comento y sonrío mientras pongo la imagen de fondo de pantalla.
Dejo el computador a un lado y camino al baño para llenar la tina. 48 horas sin Zac. La maratón comenzó.

11 de febrero de 2011

The good old times

Zac corre desde mi pieza hasta la cocina, lo escucho abrir el refrigerador sacar algo, cerrar la puerta de golpe y abrir otra, mover un par de platos, abrir una bebida… derramarla…
¿Por qué no fui yo? Mi mamá me va a retar por el desorden cuando llegue. A los minutos Zac vuelve, apurado aunque no corre, sólo porque trae una bandeja plástica verde con flores llena de platos y dos vasos.
- El tuyo no tiene mermelada- me advierte y se sienta en el borde de mi cama, dejando la comida entre los dos- ¿Empezó?
- No, sigue en comerciales- no dice nada más, muerde su sándwich de mantequilla de maní, con más relleno que pan y que chorrea sobre mi cobertor. Lo miro y me sonríe. Su risa me da risa y no puedo enojarme. Pongo una servilleta y muerdo mi pan. Sin mermelada, tal y como me gusta.
- Después de esto ¿salimos a andar en patines?
- No puedo, tengo tarea
- Hazla después
- Es mucha
- No la hagas
- Eso me dijiste la semana pasada, te hice caso y ya viste lo que pasó- se ríe. Para Zac nada es serio, ni el colegio, ni las tareas, ni los retos de mi mamá, y mucho menos que haya pasado todo el fin de semana sin poder ver televisión ni jugar Nintendo. Para Zac nada importa, sólo pasarlo bien y reírse siempre. A veces envidio su forma de ser, puede que sea por eso que paso tanto tiempo con él. Hace que no preocupe tanto y que tenga 11 años, en vez de vivir pensando en que va a decir mi mamá o mi abuela y tener que ponerme en su lugar siempre.
- Vamos a andar en patines y después de ayudo con tu tarea ¿de qué es?
- Matemática, geometría de hecho
- Eso es fácil- y lo hace sonar tan cierto, como si realmente fuera lo más simple de la vida. Me sonríe y vuelve a morder el sándwich- Son un par de líneas que se unen en las esquinas y que miden algo, no es nada del otro mundo- me muestra los dientes llenos de pan y casi me atoro y por poco doy vuelta mi bebida.
- Ridículo, si ensucio el uniforme me matan- le digo tosiendo y él explota en una carcajada enorme que se detiene solamente en el instante en que en la pantalla parecen los hermanos Warner y la hermana Warner Dott. Los dos quedamos hipnotizados con la tele y nos reíos a ratos.
El mejor momento del día es llegar a casa para estar con Zac. Hace que aguantar el colegio, la familia y el resto de las cosas que puedan pasar, sea mucho más llevadero.
- Si salimos a patinar hay que ir con uno de tus hermanos, a mi mamá no le gusta que salgamos solos
- Pero ya somos grandes
- Convéncela de eso, dice que cuando tenga 13
- Y seas una anciana
- ¡Zac!- le pego en el hombro y vuelve a reírse, pero esta vez me ataca en venganza y me empieza a hacer cosquillas.

- ¿Me estas escuchando? ¿Aló?- la mano de Zac frente a mis ojos me despierta de pronto. Estamos sentados a la mesa. Mi cigarro se apagó solo en el cenicero y al parecer me perdí parte de la conversación- Te preguntaba si quieres más café ¿Qué te quedaste pensando?
- Nada, me acorde cuando éramos chicos y teníamos esas maratones de Animaniacs y dulces- me sonríe y camina lentamente a la cocina. A los 11 años nunca imaginé que terminaríamos así, claro que nada nunca salió como estaba planeado. Lo único que resulto bien es que Zac sigue acá. Aunque en los últimos días me pregunto por cuanto tiempo.

10 de febrero de 2011

Tregua


Soplo la hoja y vuelvo a dibujar. Tengo la mesa y el piso llenos de papeles. Si llegas en este momento de seguro que te da un ataque por el desorden. Pero aún es temprano y sigues en el trabajo, no hay peligro de esa mirada inquisidora traspasa paredes que me fulmina cada vez que no lavo los platos o cuando dejo la ropa en el suelo de la pieza.
Tu gata me mira, se pasea sobre algunos bocetos y me maúlla como en un interrogatorio. Estoy loco, ahora creo que la gata me interroga ¿Será producto de todos estos días en silencio? ¿Generé un tipo de esquizofrenia derivada del mutismo que me lleva a la paranoia de creer que los gatos me interrogan y cuestionan? Debería escribir esa teoría. Pero ahora no, estoy ocupado terminando este dibujo.
Sé que la tensión en el departamento es mi culpa. Miro el sillón donde te sientas a verme jugar play y te imagino ahí unos segundos. Tu pelo desordenado, una cerveza en la mano, descalza y en pijama como cualquier domingo en la tarde, diciéndome que mate más zombies. Extraño eso.
Sé que el que gritó fui yo y quien decidió dar por terminadas las conversaciones también. Sé que sabes que estoy celoso y que no entiendes mi actitud. Sé que el trozo de teoría que te expuse no te convence en lo más mínimo y que estás buscando alguna respuesta en el aire denso entre los dos. A ratos me parece escuchar tu risa en la terraza, conversando con Peca o Andrea. Recuerdo mi reflejo en el vidrio ese día, tú te paseabas en mi camisa fumando un cigarrillo y no te diste cuenta de lo que pasaba conmigo. Nunca había sentido ese tipo de celos y el que me siguieras mencionando no ayudaba nada.
Soplo la hoja y saco los sobrantes de carboncillo con cuidado del dibujo. Tú gata está dormida a un lado de la mesa. Supongo que no soy la mejor compañía. No me sorprende. En los últimos días ni yo me soporto. Recuerdo cuando nos conocimos y yo recorrí tu casa completa en un minuto corriendo. Recuerdo que mis hermanos me tuvieron que sostener del brazo para que me quedara quieto. Recuerdo que tenías el pelo en dos trenzas y un flequillo enorme (tú te excusarás y dirás que eran los 90’s). Recuerdo que en esa época hablábamos todo el día y desesperábamos a todo el mundo. Nos pasábamos el fin de semana frente a la televisión comiendo helado, chocolate, mantequilla de maní y marshmallows.
Éramos dos mocosos insoportables.
Al menos eso no ha cambiado.

Si te digo que me asusta que prefieras la copia sobre el original ¿lo entenderías o te burlarías? Es eso, así de simple. Nada más y nada menos.

Termino. Ordeno. Dejo los dibujos junto al piano y tomo mi Iphone. El cielo está totalmente oscuro y saliste sin chaqueta. Tu gata despertó e intenta morderme un dedo mientras te mando un mensaje de texto. Si salgo ahora llego a buscarte a las 6 en punto. Ya fue suficiente silencio, supongo que podemos escuchar música. Si eso no funciona te diré que él te hará daño- basado en los celos que me matan y en simple hecho de que sé que así será- pero que si eso es lo que quieres hacer, entonces yo me quedo y te abrazo.
El doble nunca haría eso.

9 de febrero de 2011

Silencio



Te miro comer esa hamburguesa. Te escucho reír a ratos, conversando con tu hermano. Te siento ausente en esta mesa después de todas las discusiones de las que has huido y que has empezado en las últimas dos semanas.
Escogiste un restaurant que sabías me iba a gustar. Los sillones son estilo años ’50, la decoración es totalmente retro, hasta los uniformes de las meseras son a la antigua. Me compraste una malteada de chocolate con papas fritas y como es obvio, me sentí feliz. Conoces mis gustos como si fueras mi subconsciente.
Pensé que si salíamos a comer con tu hermano las cosas podrían mejorar y nosotros relajarnos. En una de esas, no sé, tal vez el aire no sería denso entre los dos. Pero me equivoqué.
Terminas tu cerveza, dejas la servilleta que usaste hecha repollo al lado de tu plato vacío. No me miras Sigues hablando con tu hermano como si yo no estuviera sentada en frente tuyo. Lo único que no pasas por alto es mi comida, la que comienzas a sacar lentamente de mi plato. Sabes que detesto que hagas eso. Así que también te ignoro.
Son dos semanas de lo mismo. Me estresa tu actitud de mierda. Ya gritaste, ya hiciste la escena, caíste en el hermetismo. Ahora me ignoras. ¿Mañana qué?
Pasa por tercera vez la misma mesera con uniforme rosado y me mira con curiosidad. No dice nada, pero se le nota que le parezco rara. A ella y al resto del universo. No se fija en ti ni en tu hermano, eso es raro creo. Yo no me fijaría en mi sino en ti, siempre.
Supongo que ese tipo de actitud y pensamiento es lo que nos tiene en esta situación.
Dibujo una mariposa (otra) en la libreta que cargo siempre y que se me ha vuelto indispensable desde que no me hablas. Me enoja esa actitud fría y me carga que me digas después de todo lo que pasó que sólo quieres que sea feliz, pero que cuando intento pasarlo bien saques este discurso de la nada. Se suponía que estábamos juntos en esto, como siempre ha sido.
Tu hermano me mira, como leyéndome la mente. Sé que se nota que las cosas no están bien y él lo pasa por alto, intentando alivianar el almuerzo. Habla de su esposa, de sus hijos, del viaje que hicieron el fin de semana pasado. Nosotros pasamos el sábado gritando y el domingo en un silencio total. Que envidiable.
Tomo su Iphone para ver las fotos, el sigue hablando de la comida, del viaje, de que Natalie y el se tomaron una tarde en el spa para relajarse y que en el hotel cuidaban a los niños. Y sigue y sigue. Que Penny anduvo en pony y ahora es lo único que pide para navidad, que la parcela era lo máximo, no tan cara y cerca, que podríamos ir todos otro fin de semana. Paso las fotografías, tú le respondes que ahí veremos, cuando todos tengamos tiempo. Yo te corrijo en mi mente “cuando tengamos ánimo y nos hablemos”, pero no abro la boca. En lugar de eso, te saco una fotografía con el Iphone de tu hermano. Tú ni te inmutas, haces como que no he hecho nada y sigues hablando.
Miro la fotografía y luego te miro a ti. Tu hermano lo nota, pero no dice nada. Te ves borroso, como si te fueras a desvanecer.
¿Es por eso que estás enojado?

6 de febrero de 2011

El doble

Él camina por la casa buscando algo que hacer. Ella escribe en su libreta, sentada en la alfombra. Su pelo largo cae en el sillón a sus espaldas y sobre su cara, desesperándola, al igual que el silencio en la casa.
Él da otra vuelta, sin nada que hacer. Pasa el índice sobre una silla y observa la línea de polvo que quedó en su dedo. Ordena las revistas que ella dejó en la mesa y lleva su taza de té vacía a la cocina.
Ella relee el último párrafo y se da vuelta a mirarlo de pie frente al televisor sin volumen, cambiando los canales sin prestarle atención a ninguna imagen.
- ¿Qué es lo que te molesta realmente?- lanza la pregunta que revive su discusión de la mañana y mantiene los ojos sobre él. Zac casi nunca se enoja, pero el tema lo enferma y la mueca automática en su cara lo pone en evidencia.
-No es esa sandez de que te usé como pretexto para mis errores y tampoco es la preocupación de que me hagan daño, a ti te molesta otra cosa y exijo que me la digas- pero él no transa en su silencio. La cortina se mueve con el viento caliente que entra, y su contorno blanco es lo único que rompe la tensión en la casa.
Zac camina a la terraza y prende un cigarro. Ella lo sigue con la mirada, todavía esperando su respuesta. En el fondo sabe que él no va a asumir los celos, por obvios que sean. Lo que no logra comprender es el por que, si todas las otras veces los ha enfrentado directamente. Y sin un ápice de miedo.
Ella vuelve a tomar la libreta ante la ausencia de respuesta y juega con el lápiz entre sus dedos. Zac la mira desde afuera y suspira.
- Es un doble- murmura avergonzado de sus palabras- No entiendo que punto tiene que pienses en algo que no tiene sentido…
- ¿Un doble? ¿Tu clon? Por favor Zac, no me digas que eso es lo que te molesta
- Si, eso es lo que me molesta- ella se pone de pie y camina hacia él, sosteniendo la mirada en sus ojos avellana- Lo odio
- Tú los odias a todos
- Todos te han hecho daño
- Tú también lo hiciste hace un tiempo
- Pero no fue consiente
- Ellos podrían reclamar lo mismo- Zac cierra los ojos, frustrado y molesto. Como si no existieran palabras para explicar lo que le molesta.
- No es posible comparar el daño de ellos con el mío, además no estábamos hablando de eso
- No, claro que no, estábamos hablando de que tú piensas que él es un doble y que lo odias, lo que por lo demás te tomó diez horas asumir
Zac prende otro cigarro y vuelve a su hermetismo. Ella se rinde. Sabe que esa confesión es lo máximo que va a lograr que él asuma y de todos modos seguir ahondando en el tema podría no ser beneficioso. Vuelve a la alfombra, toma la libreta, relee el último párrafo. Sabe que es su culpa, ella creó todo el imaginario de que se parecían y no cayó nunca en que a lo mejor, tal vez, a él no le gustaría la comparación. Zac empuña las manos y cierra los ojos. Nunca antes había deseado tanto ser más real.

1 de febrero de 2011

Bycicle race


Pasa en la bicicleta frente a mi y me saca la lengua. Se pierde a ratos, pedaleando con toda la fuerza de sus piernas. Si no supiera que tiene 25 años pensaría que… no, mentira, si representa la edad que tiene, al menos en lo que respecta a su físico. Mentalmente aún tiene 11 años. Como cuando lo conocí.
Lo veo a la distancia dando la vuelta al parque otra vez. Y estoy más que segura de que va cantando Bycicle race, de Queen. Tomo mi croquera y el lápiz de carbón, lista para hacer un boceto de la escena. Pero mis manos son incapaces de moverse. Me quedo inerte contemplando la hoja en blanco. Hace un tiempo atrás ya hubiese tenido uno listo y el segundo a medio camino. Hoy no. Tal vez mañana. Un día a la vez.
Vuelve a pasar frente a mi y me sonríe. Intento pasar por alto el nudo en mi estómago, esa ansiedad, el miedo, la desilusión que me carcome por dentro, y le sonrío. Pero de todas las personas que hay, a Zac es la única que no puedo engañar. Frena en seco y se acerca, dejando la bicicleta en el pasto. Pasa la mano por mi pelo y se hinca frente a mi.
- Dame una sonrisa- miro sus ojos color avellana y hago lo que me pide, aunque al parecer mi respuesta no es satisfactoria- ¿Quieres irte a casa mejor?
- No, no te preocupes, sigue pedaleando, yo voy a ver si logro escribir algo
- ¿Segura?- asiento y vuelvo a sonreír. Él se pone de pie y sube a su bicicleta. Se da vuelta varias veces antes de alejarse, cerciorándose de que estoy bien. Lo saludo con la mano despreocupadamente y sonrío por tercera vez.

Sostengo mi libreta y mi lápiz. La hoja sigue en blanco y desde hace por lo menos veinte minutos que dejé de intentar escribir algo sobre ella. Por ahora veo a Zac, Pedalea fuerte por el sendero del parque y grita mi nombre.
- ¡Estoy listo! ¡Mira!- el viento le mueve el pelo y se lleva el cascabel de la risa que no deja de brotarle de la boca mientras levanta las piernas y pone los pies sobre el manubrio de la bicicleta, atravesando el parque en una peculiar demostración de equilibro. Lo aplaudo y sigo su recorrido hasta la esquina, pasando los dos sauces y de regreso.
Por unos minutos olvidé el nudo en el estómago, la ansiedad, el dolor y el corazón roto.
Zac tenía razón. Había que pasar la tarde en el parque.