9 de febrero de 2011

Silencio



Te miro comer esa hamburguesa. Te escucho reír a ratos, conversando con tu hermano. Te siento ausente en esta mesa después de todas las discusiones de las que has huido y que has empezado en las últimas dos semanas.
Escogiste un restaurant que sabías me iba a gustar. Los sillones son estilo años ’50, la decoración es totalmente retro, hasta los uniformes de las meseras son a la antigua. Me compraste una malteada de chocolate con papas fritas y como es obvio, me sentí feliz. Conoces mis gustos como si fueras mi subconsciente.
Pensé que si salíamos a comer con tu hermano las cosas podrían mejorar y nosotros relajarnos. En una de esas, no sé, tal vez el aire no sería denso entre los dos. Pero me equivoqué.
Terminas tu cerveza, dejas la servilleta que usaste hecha repollo al lado de tu plato vacío. No me miras Sigues hablando con tu hermano como si yo no estuviera sentada en frente tuyo. Lo único que no pasas por alto es mi comida, la que comienzas a sacar lentamente de mi plato. Sabes que detesto que hagas eso. Así que también te ignoro.
Son dos semanas de lo mismo. Me estresa tu actitud de mierda. Ya gritaste, ya hiciste la escena, caíste en el hermetismo. Ahora me ignoras. ¿Mañana qué?
Pasa por tercera vez la misma mesera con uniforme rosado y me mira con curiosidad. No dice nada, pero se le nota que le parezco rara. A ella y al resto del universo. No se fija en ti ni en tu hermano, eso es raro creo. Yo no me fijaría en mi sino en ti, siempre.
Supongo que ese tipo de actitud y pensamiento es lo que nos tiene en esta situación.
Dibujo una mariposa (otra) en la libreta que cargo siempre y que se me ha vuelto indispensable desde que no me hablas. Me enoja esa actitud fría y me carga que me digas después de todo lo que pasó que sólo quieres que sea feliz, pero que cuando intento pasarlo bien saques este discurso de la nada. Se suponía que estábamos juntos en esto, como siempre ha sido.
Tu hermano me mira, como leyéndome la mente. Sé que se nota que las cosas no están bien y él lo pasa por alto, intentando alivianar el almuerzo. Habla de su esposa, de sus hijos, del viaje que hicieron el fin de semana pasado. Nosotros pasamos el sábado gritando y el domingo en un silencio total. Que envidiable.
Tomo su Iphone para ver las fotos, el sigue hablando de la comida, del viaje, de que Natalie y el se tomaron una tarde en el spa para relajarse y que en el hotel cuidaban a los niños. Y sigue y sigue. Que Penny anduvo en pony y ahora es lo único que pide para navidad, que la parcela era lo máximo, no tan cara y cerca, que podríamos ir todos otro fin de semana. Paso las fotografías, tú le respondes que ahí veremos, cuando todos tengamos tiempo. Yo te corrijo en mi mente “cuando tengamos ánimo y nos hablemos”, pero no abro la boca. En lugar de eso, te saco una fotografía con el Iphone de tu hermano. Tú ni te inmutas, haces como que no he hecho nada y sigues hablando.
Miro la fotografía y luego te miro a ti. Tu hermano lo nota, pero no dice nada. Te ves borroso, como si te fueras a desvanecer.
¿Es por eso que estás enojado?

No hay comentarios:

Publicar un comentario