10 de febrero de 2011

Tregua


Soplo la hoja y vuelvo a dibujar. Tengo la mesa y el piso llenos de papeles. Si llegas en este momento de seguro que te da un ataque por el desorden. Pero aún es temprano y sigues en el trabajo, no hay peligro de esa mirada inquisidora traspasa paredes que me fulmina cada vez que no lavo los platos o cuando dejo la ropa en el suelo de la pieza.
Tu gata me mira, se pasea sobre algunos bocetos y me maúlla como en un interrogatorio. Estoy loco, ahora creo que la gata me interroga ¿Será producto de todos estos días en silencio? ¿Generé un tipo de esquizofrenia derivada del mutismo que me lleva a la paranoia de creer que los gatos me interrogan y cuestionan? Debería escribir esa teoría. Pero ahora no, estoy ocupado terminando este dibujo.
Sé que la tensión en el departamento es mi culpa. Miro el sillón donde te sientas a verme jugar play y te imagino ahí unos segundos. Tu pelo desordenado, una cerveza en la mano, descalza y en pijama como cualquier domingo en la tarde, diciéndome que mate más zombies. Extraño eso.
Sé que el que gritó fui yo y quien decidió dar por terminadas las conversaciones también. Sé que sabes que estoy celoso y que no entiendes mi actitud. Sé que el trozo de teoría que te expuse no te convence en lo más mínimo y que estás buscando alguna respuesta en el aire denso entre los dos. A ratos me parece escuchar tu risa en la terraza, conversando con Peca o Andrea. Recuerdo mi reflejo en el vidrio ese día, tú te paseabas en mi camisa fumando un cigarrillo y no te diste cuenta de lo que pasaba conmigo. Nunca había sentido ese tipo de celos y el que me siguieras mencionando no ayudaba nada.
Soplo la hoja y saco los sobrantes de carboncillo con cuidado del dibujo. Tú gata está dormida a un lado de la mesa. Supongo que no soy la mejor compañía. No me sorprende. En los últimos días ni yo me soporto. Recuerdo cuando nos conocimos y yo recorrí tu casa completa en un minuto corriendo. Recuerdo que mis hermanos me tuvieron que sostener del brazo para que me quedara quieto. Recuerdo que tenías el pelo en dos trenzas y un flequillo enorme (tú te excusarás y dirás que eran los 90’s). Recuerdo que en esa época hablábamos todo el día y desesperábamos a todo el mundo. Nos pasábamos el fin de semana frente a la televisión comiendo helado, chocolate, mantequilla de maní y marshmallows.
Éramos dos mocosos insoportables.
Al menos eso no ha cambiado.

Si te digo que me asusta que prefieras la copia sobre el original ¿lo entenderías o te burlarías? Es eso, así de simple. Nada más y nada menos.

Termino. Ordeno. Dejo los dibujos junto al piano y tomo mi Iphone. El cielo está totalmente oscuro y saliste sin chaqueta. Tu gata despertó e intenta morderme un dedo mientras te mando un mensaje de texto. Si salgo ahora llego a buscarte a las 6 en punto. Ya fue suficiente silencio, supongo que podemos escuchar música. Si eso no funciona te diré que él te hará daño- basado en los celos que me matan y en simple hecho de que sé que así será- pero que si eso es lo que quieres hacer, entonces yo me quedo y te abrazo.
El doble nunca haría eso.

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