1 de febrero de 2011

Bycicle race


Pasa en la bicicleta frente a mi y me saca la lengua. Se pierde a ratos, pedaleando con toda la fuerza de sus piernas. Si no supiera que tiene 25 años pensaría que… no, mentira, si representa la edad que tiene, al menos en lo que respecta a su físico. Mentalmente aún tiene 11 años. Como cuando lo conocí.
Lo veo a la distancia dando la vuelta al parque otra vez. Y estoy más que segura de que va cantando Bycicle race, de Queen. Tomo mi croquera y el lápiz de carbón, lista para hacer un boceto de la escena. Pero mis manos son incapaces de moverse. Me quedo inerte contemplando la hoja en blanco. Hace un tiempo atrás ya hubiese tenido uno listo y el segundo a medio camino. Hoy no. Tal vez mañana. Un día a la vez.
Vuelve a pasar frente a mi y me sonríe. Intento pasar por alto el nudo en mi estómago, esa ansiedad, el miedo, la desilusión que me carcome por dentro, y le sonrío. Pero de todas las personas que hay, a Zac es la única que no puedo engañar. Frena en seco y se acerca, dejando la bicicleta en el pasto. Pasa la mano por mi pelo y se hinca frente a mi.
- Dame una sonrisa- miro sus ojos color avellana y hago lo que me pide, aunque al parecer mi respuesta no es satisfactoria- ¿Quieres irte a casa mejor?
- No, no te preocupes, sigue pedaleando, yo voy a ver si logro escribir algo
- ¿Segura?- asiento y vuelvo a sonreír. Él se pone de pie y sube a su bicicleta. Se da vuelta varias veces antes de alejarse, cerciorándose de que estoy bien. Lo saludo con la mano despreocupadamente y sonrío por tercera vez.

Sostengo mi libreta y mi lápiz. La hoja sigue en blanco y desde hace por lo menos veinte minutos que dejé de intentar escribir algo sobre ella. Por ahora veo a Zac, Pedalea fuerte por el sendero del parque y grita mi nombre.
- ¡Estoy listo! ¡Mira!- el viento le mueve el pelo y se lleva el cascabel de la risa que no deja de brotarle de la boca mientras levanta las piernas y pone los pies sobre el manubrio de la bicicleta, atravesando el parque en una peculiar demostración de equilibro. Lo aplaudo y sigo su recorrido hasta la esquina, pasando los dos sauces y de regreso.
Por unos minutos olvidé el nudo en el estómago, la ansiedad, el dolor y el corazón roto.
Zac tenía razón. Había que pasar la tarde en el parque.

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