23 de junio de 2010

Alma mia


Veo que sus ojos están llenos de lágrimas mientras que camina desde la banca que ocupaba hasta la puerta del baño. Pasa a mi lado y no dice nada. Yo, por supuesto, no puedo emitir sonido alguno y caigo nuevamente en una suerte de espiral de silencio del que no puedo salir. Pero en el fondo ella sabe lo que creo y pienso de la situación. Sé que sabe que la quiero.

Se veía tan linda a las cinco, su pelo liso caía sobre sus hombros y parte de su cara, el mismo que se movía junto con el viento a cada paso que daba. Quise ir a abrazarla, pero no pude por la misma razón que la que no le hablé cuando el rimel, que cubría anteriormente sus pestañas, se unía con miles de lágrimas cayendo por sus mejillas sin parar.

Cuando a las cinco la vi aparecer realmente quise detener el tiempo y contemplarla por la eternidad. Su vestido, su maquillaje, la manera tierna, triste y emocionada con la que sus pasos marcaban un ritmo nuevo por sobre el suelo, por sobre cualquier otra persona a su alrededor. Era sólo ella y eso bastaba. Hasta me sonrió. Después se sentó en la banca esa y comenzó a quemar cigarros tras cigarros, uno, otro y otro mientras que miraba el reloj y no atinaba a más. No se movía, no hacía nada excepto fumar.

A los quince minutos su cara cambió radicalmente. Cuando prendió el cuarto cigarro y se dio cuenta que el reloj ya había avanzado demasiado como para seguir sentada sola ahí. En ese instante me miró como pidiendo una excusa, una explicación. Como si, al igual que yo, ella también quisiera detener el tiempo para poder darse una esperanza eterna.

Cuando mi reloj me dijo que eran las cinco y treinta sus manos ya temblaban. Pero no era de nerviosismo, lo sé, su cara reflejaba una tristeza y un desconsuelo que nunca antes imaginé. Me dio mucho miedo al principio, siempre la he pintado como una mujer de demasiada fuerza como para derrumbarse en media hora, pero luego me di cuenta que es demasiado frágil como para soportar ese tipo de situaciones y que todo lo que siempre pensé de ella era lo que todo el mundo podía creer, pero que no tiene ningún tipo de relación con lo que es. Y solo yo puedo conocerla así. Sólo yo tengo el poder de entrar en su cuerpo y nadar en su alma.

Después de quince minutos más de espera vi como se levantaba. Su vestido negro se arrastraba como manto eterno y dejaba una estela de sus lágrimas por el suelo. Cuando pasó a mi lado me rozó el hombro suavemente y sentí su respiración fría en mi cuello por un segundo que se confundía con el humo de nuestros cigarrillos. En ese momento entró al baño y yo caminé hacia la banca que antes ella había ocupado por 45 minutos completos.

Me senté en su lugar y vi pasar el mundo tal como ella lo había hecho. Escuchaba su llanto más allá y juro podía sentir como sus lágrimas le quemaban las mejillas. Sin embargo, nunca logré ponerme de pié y caminar hasta ella a abrazarla o a decirle que lo sentía mucho. No pude y aún no puedo. No sé que más hacer excepto quedarme sintiendo pena por ambas. Por ella, que lo intentó y no lo logró y por mi, que aún no lo intento.

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