15 de enero de 2011

Ensalada de frutas




Zac levanta la mirada desde el sillón y ve pasar la camisa que llevaba en la mañana desde el baño hacia la cocina. Debajo, un cuerpo fresco, recién salido de la ducha camina descalza, tarareando una canción que él dejó a medio escribir en cuanto ella lo convenció de que era mejor idea pasar la tarde en la piscina.

El viento tibio mueve las cortinas mientras afuera el cielo cambia de celeste a rosado claro. Zac está en un sillón, descalzo, con el traje de baño húmedo, medio dormido, con hambre. Un poco del sol que todavía logra entrar en el living de la casa llega de gotas de sudor su frente. A pesar de eso, no se mueve. Ve como su camisa, a medio abotonar, abre el refrigerador, saca un par de cosas y prepara algo de comer, todavía tarareando el trozo de canción que Zac alcanzó escribir antes de que ella lo arrastrara lejos del piano.

La casa está en silencio. La televisión sin volumen hace un buen rato que es ignorada. A gata duerme en el piso frío de la cocina. Lleva ahí la mayor parte de la tarde, después de que se mojó la terraza con el riego automático y le tocó buscar un nuevo lugar para su siesta. Las partituras se mueven lentamente con el poco viento que entra y a ratos parece que el tiempo se detuvo.

Y Zac no ha sacado los ojos de su camisa. Le causa gracia pensar que ella se la regaló hace algún tiempo. Según lo que ve, es a ella a quien le queda mejor. Desliza lentamente los ojos por sus piernas y se le viene a la cabeza una simple imagen. Esas mismas piernas pasando a su lado bajo el agua, nadando hacia la orilla de la piscina. Le parecía que aún podía verlas envueltas en burbujas, rozando su costado.

Ella lo mira y espera, pero Zac no reacciona. Pasan unos segundos, pero nada. Opta por tomar los platos y caminar hacia él. Descalza, sobre las baldosas, el piso flotante, la alfombra. El sillón.

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