23 de junio de 2010

Ojos cerrados


El no poder llorar me desespera, en especial porque estaba acostumbrada a hacerlo de manera frecuente y prácticamente por cualquier motivo. Pero ya se va a cumplir un año desde que dejé de hacerlo, mejor dicho de poder hacerlo, y el conformismo por esta situación fría y hermética ya no tiene remedio.

También dejé de ver estrellas al apretarme los ojos, pero no recuerdo el momento exacto en que eso ocurrió. Un día dejé de hacerlo y cuando lo intenté nuevamente hace algunas noches atrás, simplemente no resultó. Estaba sobre mi cama intentando dormir, la ventana estaba abierta porque el verano es insoportable y podía escuchar como mi gata era acosada por los callejeros fuera de la cocina que la persiguen por estar en celo. Tenía los ojos cerrados sin lograr sentirme completamente relajada, cuando recordé que hacía mucho tiempo, cuando tenía cinco años, antes de quedarme dormida solía apretarme los ojos con los dedos y imaginaba que estaba en la nave de Han Solo, de “La guerra de las galaxias”, viajando a la velocidad de la luz, así que intenté hacerlo. Y no resultó. Lo volví a intentar y no ocurrió nada. Me pasé un millón de minutos apretándolos y lo único que logré fue hacer que me dolieran. Ni siquiera pude dormir.

Hace unas semanas me di cuenta que nunca escuché mi propio consejo, no me acuerdo como piensan los niños. Aun puedo actuar como uno de ellos, pero uso la lógica de un adulto, lo cual derrumba toda una filosofía de vida que creí tener y que, sólo hace poco, me di cuenta que ya no puedo seguir. Mi hermano se enojó por una estupidez que de seguro para él tenía mucho sentido, pero yo me enfurecí por su reacción de niño de siete años consentido que no tiene un razonamiento consecuente y opté por alejarme inmediatamente. Pero se me olvidó que por mucho que nos llevamos muy bien, él aun es muy pequeño y yo soy casi cuatro veces mayor. Olvidé como me sentía yo a su edad y como quería que la gente fuera conmigo. Se me olvidó mi promesa de nunca olvidar lo que es ser un niño. Todas las veces que leí “El principito” fueron un desperdicio.

Ahora manejo, voto y consumo alcohol en locales públicos, pero eso vale de nada con todo lo que ya no puedo hacer, no le veo la utilidad en el paralelismo con la infancia.

De todo lo que ya no hago, lejos lo que más me duele es no poder llorar. Es un sinónimo a no sentir, a madurar. Es una sentencia, es imposible. Lo he hecho todo y nada. A lo más siento angustia y el pecho se me aprieta, la pena puede llenarme de forma completa, pero ninguna lagrima rueda por mi cara, nada sale de mis ojos.

Hoy no hice nada.

1 comentario:

  1. "Lo he hecho todo y nada"...una delicia!
    demasiado visceral el relato como para no sentirlo en nuestras propias fauces. Me gusta esta forma de escribir...sin poses ni pretensiones, sencillamente una manifestación personal. Te felicito, Maríaolgaaa!

    Emiliano.

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