25 de junio de 2010

Ficción




Cuando niña quería un patio con pasto, con una casa en el árbol para esconderme y jugar.

Tenía ocho años y sólo soñaba con algo de normalidad, de esa hecha en Hollywood, con la gran casa con la reja de madera blanca y el buzón en la entrada con el apellido de la familia, la mamá feliz que hace pasteles y galletas, el papá con trabajo llegando a la casa a las cinco, los hermanos mayores que te molestan y los menores que te toca cuidar, los vecinos. Soñaba con salir a jugar a la calle y tener amigos, andar en bicicleta, en rollers o en patineta. A los ocho años esa era mi mayor aspiración.

Y no la tuve, por supuesto.

A los quince años tuve una idea, ya que mi sueño de infancia jamás desapareció, sino que mutó a una versión adolescente, con los mismos vecinos perfectos convirtiéndose en las primeras citas y un columpio en el jardín donde conversar con las amigas.

Tomé una hoja y lo escribí. Escribí que tenia doce años. Escribí que tenía un mejor amigo del que estaba enamorada, una mamá lo que podríamos llamar “tipo”, un papá como el que jamás conocí, un hermano mayor que se la pasaba haciéndome la vida un infierno y una casa hermosa con mucho patio y un sauce en el jardín.

En ese cuento yo era feliz. Y escribiendo ese cuento era aún más feliz. Mi mejor amigo tenia dos hermanos mayores y nos divertíamos. Hacíamos todo eso que en la vida real no podía hacer, porque en mi casa no habían hermano, ni pato con pasto, ni vecinos de mi edad, ni un papá, y mi mamá pasaba todo el día en el trabajo. No podía salir a la calle, porque no estábamos en un barrio residencial.

En el cuento me la pasaba andando en patines. Hacíamos competencias y generalmente perdía. Mis amigos eran niños y, tal como en la vida real, no me llevaba muy bien con las mujeres. No recuerdo haber tenido una mejor amiga en la historia, para mi Zac era mi todo. De él fue del que me enamore. Era obvio. En la vida real a esa edad también me enamoré de mi mejor amigo. Supongo que son las cosas básicas que deben ocurrirle a cualquier persona. En el cuento Zac también se enamoró de mi. En la vida real no.

Me pasaba más horas del día escribiendo y releyendo mi cuento que preocupada de la vida real. La verdad, la vida real no era mucho mas interesante. Era mejor estar en la heladería con Tay o ir a jugar Bowling con Ike. En el mundo tres d me iba horrible en el colegio, en el cuento también. Supongo que es porque ese tema en ninguna de las dimensiones me interesó.

Cuando tuve que terminarlo me tocó hacer de tripas corazón. Sabía que podría releerlo cada vez que quisiera, pero no habría nuevas aventuras, ni nuevas salidas. En la vida real no tenia a nadie como a mis amigos de mi historia. Era mi vida paralela. Y la tuve que terminar, con un final feliz y abierto, pero con un final de todos modos.

Cuando termine de escribir ese cuento, saque otro cuaderno y empecé a escribir como sería estar con esos amigos a los veinte años. Y así suma y sigue con muchos más que creé a lo largo de los años, en miles de distintas situaciones, lugares y edades. Ya son más de quince y pensaba en hacer unos más.

Y no es que no me guste mi vida, porque ahora a los 25 realmente no está tan mal. Es que me encanta ver como es el rosado de mi fantasía y como toma una vida inmensa, llegando a tener banda sonora, imágenes y portada.

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