2 de julio de 2010

Siquiatria



Sus brazos se ven suaves y tibios. Sus mejillas sonrosadas y frías. Muero por tocarlo. Mataría por lograr sentir el perfume en su cuello. Lo veo todos los días en cuatrocientas cuarenta y ocho poses diferentes que ya conozco de memoria, sin embargo, sé que hay más. Y es eso lo que me alienta a dar ciertos pasos hacia algún lugar.

Hoy es martes y me pregunto que hará para pasar el tiempo. Ayer lunes no pude concentrarme en imaginar sus pasos por mi casa porque, sorprendentemente, no tuve la fuerza mental requerida para dicho trabajo. Mañana le escribiré otra carta y esta noche rezaré para que amanezca bien.

El jueves va a estar en Francia.

Hace algunos días dejó Londres.

En algún momento de mi vida me llevará con él a sus viajes, eso lo digo porque estoy segura de nunca desear que se quede aquí conmigo, no podría soportar la idea de que coarte sus proyecciones sólo por mi. Ese acto patético de amor me lo reservo de forma exclusiva. Después de todo, ya tengo un poco de experiencia en el tema.

Él es mi plan de vida, mi castillo en las nubes. Me esclaviza a las palabras y mágicamente también logra que me sienta libre al escribirlas.

No puedo pedirle que me devuelva la vida que me quitó, porque a decir verdad yo se la regalé. Además él no lo sabe y posiblemente nunca lo haga. Prendo un cigarrillo en su nombre y sonrío al ver su sonrisa inmóvil. Todos estos son simples supuestos. Mi vida está hecha de ellos, no hay ningún hecho. Ni uno sólo.

Para estar contigo no necesito a nadie, creo que eso es lo único cierto entre los dos.

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